El
artículo ofrecerá conclusiones sobre el espacio de construcción que tienen los
sujetos que participan en la escuela: las posibilidades de definir contenidos
culturales: prácticas, valores, creencias, etc., desde los alumnos y desde el
maestro.
Son dos procesos convergentes,
indisolubles y que se influyen mutuamente. Tomando como referencia lo que
entendemos por la cultura, como el conjunto de elementos que caracteriza a una
comunidad social; entre ellos, tenemos las creencias y suposiciones fundamentales, los
valores compartidos que se toman como válidos, las normas, patrones y
compartimientos que van de la mano con los valores y cómo estos se hacen
visibles a través de las acciones y actitudes de los miembros de esa comunidad,
así veremos, cómo los hombres consideran a sus mujeres, a sus hijos y sus adultos
mayores; los roles en la familia; los festejos y las tradiciones en cada
festividad; sus costumbres religiosas…
Esta caracterización del contexto,
sin lugar a dudas afecta directamente las expectativas que tengan los padres de
familia, respecto de la escuela, cómo la perciben, el valor que le dan al
aprendizaje y en ese sentido apoyarán o se verá una participación pasiva, sin
involucramiento, lo que, a su vez, en muchos de los casos, determinará el
comportamiento de los alumnos.
En medio del rumbo
que marcan los planes y programas de Educación Básica y el tipo de hombre que
se pretende formar al concluir su formación educativa, aunado a la misión y la
visión de cada escuela, toma lugar el currículum oculto; en forma de normas,
costumbres, creencias, lenguajes y símbolos que se manifiestan en la estructura
y el funcionamiento de la escuela y dependerá en gran medida de los valores y
ética profesional del que tome el rol de líder en la comunidad educativa, ya
que no siempre es el director quien toma este papel y el propio docente, quien
está frente al alumnado… Todo este conjunto de elementos, definirán el rumbo
que tome la escuela y, por lo tanto, los aprendices.
“Los esfuerzos por
introducir cambios han tendido a subestimar el poder de la cultura de la
escuela y del aula para adaptar, aceptar y rechazar innovaciones que entran en
conflicto con las estructuras y valores dominantes en la cultura escolar.
Vemos que mientras es fácil introducir cambios superficiales que no
amenacen las estructuras existentes, no es fácil desafiar y cambiar las
estructuras profundas de la enseñanza” (Rudduck,
1994: 387)
El cambio para que suponga una
mejora debe generarse desde dentro, más que por mandato externo; y proponerse
capacitar al centro para desarrollar su propia cultura innovadora. Así, el docente es la clave para transformar la cultura
escolar, con su involucramiento, sus actitudes y su trabajo que realiza día a
día (metodologías, flexibilidad, inclusión); de este modo, la comunidad
escolar, sabe y cataloga la forma de trabajo de cada docente y en general, los
padres de familia se involucran más con docentes que les mantienen informados y
conforma comunidades de colaboración para transformar el contexto escolar.
Por lo que se puede afirmar que la cultura escolar se
construye a través de cómo el docente muestre el camino, para que el alumno sea
el protagonista de su aprendizaje, del diálogo, la solución de conflictos, así
como de todas las experiencias de los miembros de la comunidad escolar, con
base a la participación, argumentación, valores y espacios en los que se lleve
a cabo; para promover espacios más democráticos, de pluralidad y de inclusión.
Considerando
las aportaciones de Holmes (1990), reconstruir culturalmente los centros
escolares implica actuar de una forma equitativa y conjunta en los dos grandes
factores que condiciona la cultura de una institución escolar las cuales son:
la estructura organizacional y el desarrollo profesional, tanto para
transformar el entorno laboral del maestro, así como su práctica para fomentar
una cultura profesional de la enseñanza.
Una realidad
inevitable, por más que se llegue a negar, es que la cultura escolar se va
conformando con el paso del tiempo, no es automática ni se instaura por medio
de un decreto es más bien parte de un proceso lento de construcción conjunta y pienso,
que no siempre de forma reflexiva, pero que sí involucra a todos quienes forman
parte de ella. Y en ese sentido, podemos ver cómo en ciertos casos se hace una
amalgama de prácticas nocivas, que mantienen a la comunidad educativa en un
“conveniente letargo” que les permite legitimar metodologías no adecuadas ante
una sociedad líquida y demandante y una generación Z.
Así, en
general, los alumnos, van adoptando la disciplina, los hábitos y la
personalidad que observan por parte de sus docentes y del director; ven la
organización escolar, la importancia de los valores y el respeto a los símbolos
patrios, el análisis y consecuencias de los acontecimientos históricos y
efemérides; el ambiente laboral y de aprendizaje; de ahí la importancia que
retomemos nosotros mismos como docentes, la reivindicación de nuestro papel como
profesionales de la educación en las escuelas. De este modo, se hacen
reproductores de los roles aprendidos desde la infancia.
Porque al estar en contacto con los patrones de significado que el docente valida, a través de permitirlos, vivirlos y transmitirlos, incluyendo conocimientos, reglas, valores, creencias, ceremonias y tradiciones serán las que el alumno adoptará para hacer frente a los retos que la vida le depare.
REFERENCIA
Bolívar, A.
(1996). Cultura escolar y cambio curricular. Bordón,
48 (2), 169-177
Hargreeaves,
A. (1999): profesorado, cultura y postmodernidad, Morata, Madrid. Bolívar, A.
(1996: 169177). Cultura escolar y cambio curricular. Bordón, 48(2).